miércoles, 28 de octubre de 2009

En el principio...

En el principio había hambre.
Todo era confusión y vacío, pero el espíritu del Dios de la Comida se movía por sobre la superficie de las sombras....
Y dijo este Dios: "¿Qué podríamos comer?, ¿de qué tengo ganas...?"
Y las ganas de comer se hicieron. Eran estas ganas como un enorme vacío sin límites que se tragaba los mares de sombra y desesperación (esto es lo que los antiguos simbolizaban realmente con la serpiente que se traga a sí misma).
Dijo luego Dios: “Que haya luces en el cielo para alimentar este vacío". E hizo Dios el firmamento, con sus estrellas, planetas y cometas. Y vio Dios que esto era bueno.
Pero dijo luego: “Aún tengo hambre... que crezca pasto en algunos planetas, y cosas que se lo coman". Así se hizo, y llamó al pasto "pasto" y los que se comían el pasto "pastívoros".
Dijo luego: “Que crezcan hombres y mujeres, para darles un poco de sazón a los planetas que me como... ". Y así fue. Cada planeta produjo la tierra, y la tierra hierba verde, hierba con semilla, y árboles frutales con su semilla cada uno. Y animales y hombres y mujeres se comían los unos a los otros y los otros a los unos. Y vio Dios que esto era bueno.
Y así pasaron muchos siglos en que el Dios de la Comida se comía su propia creación. Cada rincón de su creación estaba creado para comer y ser comido. Los soles devoraban planetas, las plantas comían luz y tierra, los animales eran comidos, y los hombres y mujeres comían de todo y hasta la propia experiencia. Y en el fin de los tiempos, el Dios de la Comida se comía todo lo que había preparado.
Pero ocurrió que en una de esas sobremesas, al Dios de la Comida se le ocurrió visitar uno de los planetas jóvenes, verdes y tiernos. Y de tanto pasear por aquí y por allá, se encariñó un poco con los hombres y con las mujeres. Así que les dio una oportunidad para no ser devorados en el fuego de azufre de su propia hambre: les sugirió ofrendas culinarias, "sacrificios" que, si lo ameritan, podrían mantener a raya las ansias divinas por comerlos, devorarlos, drenarlos de sangre...

Los sabios y antiguos sacerdotes conocen este secreto.
Al final de los tiempos, cuando llegue el día del juicio final, el Dios de la Comida volverá a caminar por la faz de esta tierra, buscando algún alimento digno para perdonar a los humanos. Si lo encuentra, los dignificará y los tratará como Dioses, y sentará a los hombres y mujeres junto a él en el Festín Celestial.
Por esto es que la misión de los apóstoles es tan importante. Deberán recorrer los pueblos y ciudades buscando el alimento digno de los dioses. Deberán someter su cuerpo a los más graves tormentos y perversos placeres, deberán resistir los ojos y curvas coquetas de tanta mesera hermosa que el enemigo ha puesto en el camino del apostolado, deberán mantener la frente en alto recordando la misión más noble que puede existir: salvar a la humanidad para que no sea comida.


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